sábado, 29 de agosto de 2009

Viejo y traicionero orgullo.





















El cielo se oscurecía debido al caer de la noche y la lluvia cubría los cuerpos que dejó atrás, la batalla, la horda y la alianza, estaba siempre en continua disputa odiándose sin razón. Destrozándose a cada paso que se encontraban, degollándose como si se tratase de un divertido juego en el que todos quieren participar.

Los inertes cuerpos quedaban empapados sobre la ensangrentada hierba, y el campo comienza a oler a muerte. Bajo el cobijo de un árbol, la figura de un ser encapuchado observa el panorama, muerte, dolor, odio... Todo aquello que llevaba a los seres "racionales" de Azeroth a la guerra y a la discordia.

La rivalidad no es algo fácil de afrontar, pero mucho menos lo es para las razas mortales, la figura miraba detenidamente los cuerpos como si buscara algo, como si esperara algo de ellos, tal vez una función o una última batalla para su capricho.

Todo era posible para la presencia de un extraño espectador que había estado observando durante meses las acciones de estos individuos. Para él, estar vivo o muerto no era excusa para acabar la larga travesía de la vida. Encontrar las palabras adecuadas, para describir el comportamiento de estos seres no era su cometido.

El solo observaba, expectante y atento ante cualquier posible cambio, llevaba así prácticamente 2 semanas, esperando y planificando hasta el más mínimo detalle de su planificado encuentro. Así como parecía este ser había planificado hasta el más mínimo detalle.

El momento, el día, el lugar, el motivo de tan sangriento final... una vez acabada su búsqueda se dispuso a levantarse y se acercó a un cuerpo que había más alejado del resto, y con sumo cuidado extrajo una llave que portaba colgada en el cuello.

La cogió y la observo un rato como un trofeo de gran valor. Ahí estaba, lo había encontrado o mejor dicho, la había encontrado, era una llave que llevaba meses buscando, un potente artefacto, que irradiaba la energía suficiente para abrir las barreras más potentes del universo, pero no era una llave normal, se trataba de una insignia que era capaz de abrir portales a otros mundos.

Y la extraña figura que bajo la lluvia se dejo ver, era un anciano que sonreía complacido por la idea de haber cumplid con su trabajo, ayudar a su poderoso señor, pero no tenía mucho tiempo para observar, así que decidió actuar con cautela y terminar su trabajo.

Se retiro con sumo cuidado de no pisar los cadáveres y se alejó en el horizonte, minutos después mientras proseguía su camino, murmuraba unas suaves palabras que hacían arder a los recién asesinados.

¡Y así en su odio y agonía fueron eliminados, por su ardiente orgullo!

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